LA BATALLA EN LOS CAMPOS DE ÁLVAREZ. EL GENIO MILITAR DE URQUIZA DECIDE EL TRIUNFO EN CASEROS.

Autor: Hugo Daroca.
Publicado en: Diario "El Argentino" el día 7 de septiembre de 2014.

Se extinguía el mes de enero de 1852. El general Urquiza venía persiguiendo a las fuerzas de Rosas que estaban en retirada. En la noche del 30 decide acampar su ejército grande en dos partes: el primero, a media distancia entre el Río las Conchas y la Guardia de Luján; y el segundo, en los suburbios de esta localidad. El paraje se conocía como “los Campos de Álvarez”, porque la única estancia cercana era la de Álvarez. Se trataba de un lugar cuyos límites eran los ríos o arroyos. Los alambrados no existían.

En la madrugada del 31 de enero, partidas de Urquiza avistaron un fuerte contingente de caballería al oeste del río las Conchas (desde 1954, Reconquista). Habían quedado de ese lado izquierdo o cruzaron por el puente Márquez. Marchaban hacia donde vivaqueaba la avanzada del ejército grande. Al instante y sin que hubieran determinado el número de soldados, pusieron esto en conocimiento del general Urquiza. Este llamó a los coroneles Galarza y López que estaban de servicio y les impartió la orden de que los atacaran rápidamente con quinientos hombres si debían enfrentar a mil y con mil, si debían enfrentar al doble.

La caballería de Rosas que se acercaba era la división del coronel Hilario Lagos, compuesta de 6000 jinetes. Avanzaba en columnas paralelas, protegido el frente con algunos escuadrones ligeros. Sin pérdida de tiempo, inició la carga la división del coronel López que salió detrás de una lomada, donde no había sido visto. Atacó por el flanco derecho de la columna de Rosas. Lo siguió al instante la división del coronel Galarza, que acometió el flanco izquierdo. Al frente se ubicaron los regimientos escoltas de Caraballo y Aguilar que, sumados, tenían una cantidad muy inferior de efectivos.

A pesar de la notable superioridad numérica de las tropas de Rosas, no pudieron resistir el feroz y contundente ataque de la caballería entrerriana, y rápidamente se desorganizaron, cedieron el campo y huyeron desbandados en varias direcciones.

Quedaron muertos en el campo más de doscientos soldados, entre ellos varios oficiales, inclusive el teniente coronel Marcos Rubio.

Producido el desbande, el coronel Galarza ordenó a un escuadrón de diestros boleadores entrerrianos una persecución para hacer prisioneros entre los jinetes que se fugaban, con orden expresa de respetarles la vida. Capturaron cerca de veinte oficiales y más de 200 soldados.

Por rara coincidencia, el combate se desarrolló en el mismo lugar en donde el 26 de abril de 1829 se libró la batalla del puente de Márquez - un enfrentamiento de la guerra civil entre unitarios y federales. Entonces el general Lavalle había luchado contra las tropas de Juan Manuel de Rosas y de Estanislao López.

La noticia llegó al campamento a las dos de la tarde y fue saludada con grandes vítores. Los clarines tocaron en son de triunfo con alegres dianas. El entusiasmo era desbordante. La moral se elevó aún más entre las tropas y acrecentó la férrea voluntad de luchar para vencer.

Cuenta Sarmiento que el día de la batalla de Caseros, el general Urquiza, al frente de su ejército, recorría con un catalejo de campaña la línea enemiga, cuando llamó a un joven oficial de su escolta y le dijo que lo ayudara a buscar las tropas del general Hilario Lagos que habían derrotado el día 31.

Una vez que ubicaron la división de Hilario Lagos, Urquiza ordenó iniciar el ataque que encabezó personalmente. Así comenzó la batalla de Caseros.

Los hombres de Lagos se encontraban desmoralizados. Además, estaban ubicados en el ala izquierda del ejército de Rosas; de manera que Urquiza tenía la posibilidad de impedirles toda escapada hacia Buenos Aires.

La embestida dio por resultado la completa derrota y la dispersión de la tropa que tres días antes había sido vencida, por lo que poca resistencia opusieron. Por esa cuña penetró el ejército grande. Todo resultó como lo había planificado el genio militar de Urquiza.

Según el relato de Sarmiento,“tuvo en cuenta la desmoralización que una primera derrota provoca en los ejércitos, para descargar su primer golpe que con el éxito provocaría el sentimiento contrario en el ánimo de sus soldados”.

La orden dada por Urquiza al coronel Galarza fue muy criticada. Muchos estudiosos de la estrategia militar expresaron que resultaba muy riesgosa. El tema se trató en varios libros y sobre todo en artículos publicados en la Revista de Historia Militar del Colegio Militar de la Nación. Provocó muchas ratificaciones y rectificaciones. El teniente coronel Juan Beverina, por ejemplo, sostiene que el primer deber del general Urquiza era asegurarse la superioridad numérica en el campo de combate. Y la tenía, porque la vanguardia de su ejército estaba cerca de los 12.000 hombres: el doble de los que comandaba Lagos.

Además, apunta como un grave error táctico que no persiguiera con todos los efectivos a la caballería del coronel Lagos, y que le permitiera en cambio retirarse con 3000 jinetes de los mejores de Rosas. Por último, argumenta que la superioridad moral que pretendía alcanzar Urquiza hubiera sido mucho mayor si hubiese destruido totalmente la caballería enemiga o hubiese dispersado sus restos.

También se le ha criticado a Urquiza que, en su carácter de comandante en jefe, luchara en un sangriento combate igual que un simple soldado, con la lanza en ristre - como era su costumbre. Debe tenerse en cuenta que a los combatientes de esa época se les pedía más valor personal que conocimiento o arte de la guerra. Conocida es la actitud del general San Martín en San Lorenzo, que se lanzó al ataque y se expuso como un simple soldado, o la de los generales Juan Lavalle y Aráoz de Lamadrid que también encabezaban los ataques.

Urquiza era congruente con lo que les inculcaba a las tropas, y en la arenga previa a la lucha les decía que si llegaban a sentirse perdidos o con algún problema, lo buscaran en medio del combate que allí estaría. Él era el punto de encuentro. Para que lo distinguieran fácilmente combatía con su famoso poncho blanco.

Urquiza luchaba con práctica propia y procedía con criterio personal. Utilizó el valor pensando en la batalla final y le dio un excelente resultado.
Con rapidez, además, aprovechó las oportunidades que le brindó el contacto con el enemigo. Su actuación fue la de un gran estratega.